La preparación profesional y: la reputación de que gozan los arquitectos, ingenieros y constructores a quiénes se confiaron estas obras aseguran la solidez de estas construcciones que forman la Ciudad Universitaria de la ciudad de México y se manifiesta en la armonía, el carácter y la originalidad de su conjunto, así como en lo adecuado de cada edificio para lo que ha de servir.
El Gobierno de la República no ha escatimado medios económicos para crear, en lo que era un páramo, un centro de cultura que mucho nos satisface qué propios y extraños comprendan y elogien.
Pero así hubiéramos levantado muros de grueso mármol y tendido sobre ellos techos de oro, nada de lo que constituye el propósito del Gobierno se hubiera logrado si a tanta magnificencia no correspondiese, superándola, el espíritu universitario verdadero. Este espíritu es la ruta moral que marca nuestro pueblo.
Estamos ansiosos de acumular el saber, que es patrimonio común de todos los hombres, no de una sola época ni de una sola nación o grupo de naciones, sino de todos los tiempos y de todos los pueblos. Queremos atesorar y acendrar, extender y elevar, los conocimientos humanos, con que se dignifican las colectividades y los individuos que las componen.
Sabemos que de este modo se hacen fuertes y ricos los países. Nosotros queremos además que nuestro país se afirme en la virtud. Advirtamos, pues, en admonición de vigencia perdurable, que lo que ambicionamos no puede lograrse sino mediante una devoción por la sabiduría, sentida sinceramente y servida con todo el intelecto. Así se honrará a la Patria en esta Ciudad Universitaria.
Mas todo saber es fatuidad si no rinde servicio, y los mejores conocimientos son un arma mortal si no se emplean generosamente, para bien de la humanidad entera en vez de para servir, de instrumento al egoísmo o á la arrogancia de las naciones como de los individuos.
En este recinto, que en lo material resume un gran esfuerzo de la Patria, todo debe ser una consagración constante al más noble de los principios que sirven de base a las sociedades humanas: la igualdad de los hombres ante la majestad suprema de la Ley.
Sólo de este modo serán dignos de la Ciudad Universitaria quienes gocen del privilegio de estudiar en sus aulas y laboratorios, o de ocupar sus cátedras la Ciudad Universitaria de México no es ostentación de pueblo rico, ni alarde de nación poderosa. Muy por el contrario, es un esfuerzo de un pueblo que combate la miseria todavía, y de nación que no se glorifica de su fuerza.
Sorprenderá entonces la razón de tamaña grandiosidad. Pero si tenemos conciencia de que aquí han de habitar nobles estímulos, profunda devoción y consagración íntegra a la superación humana poco nos parecerá lo que, de sacrificio del país, estas construcciones significan.
Ningún ideal nos parece tan digno de nuestros tiempos y de todos los tiempos, y ninguno tan prometedor de salvación para la cultura, como éste al que dedicamos estas obras materiales: la dignidad de género humano parejamente disfrutada sin distingos de raza, de creencias ni de origen nacional.
Contra las amenazas a la civilización que a diario se advierten, esta ciudad es un baluarte. Porque la civilización no perecerá mientras, en alguna parte del mundo la sabiduría se entienda, como queremos que se entienda aquí, para preparar disciplinadamente a hombres y mujeres imbuidos en la idea de que el saber y los progresos intelectuales y científicos imponen, a quienes los adquieren, una mayor responsabilidad de servicio para sus semejantes.
El Gobierno de la República está cumpliendo. Toca cumplir ahora a la Universidad, haciéndose cada vez más digna del alojamiento que con beneplácito del pueblo le ha edificado su Gobierno.
Si no tuviéramos una profunda confianza en que ello será así, no encontraríamos satisfacción en esta obra.
Fuente:
http://www.inep.org/content/view/3658/87/
Agosto 9, 1952
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